domingo, 24 de abril de 2011

Del fraude


Hace poco escuchaba a un orador comentar que bastaría con acabar con el fraude fiscal para evitar la pobreza y los males del mundo en general, y de España en particular. Y yo me pregunto ¿sólo con el fraude fiscal? ¿Por qué no acabamos con otros fraudes cuya desaparición haría innecesario el fraude fiscal? Empiezo a estar harto de que los políticos de todo pelaje y condición (los progresistas más) apelen continuamente a la subida de impuestos como la solución a los problemas de la economía.

Sobre el fraude fiscal hay mucho cuento. Las grandes fortunas no necesitan evadir impuestos puesto que les vale con mecanismos de deslocalización de rentas y capitales para evitarlos, cuando no con fórmulas especialmente diseñadas por los políticos para ellos (SICAV y semejantes) Muchos de los evasores son pequeños autónomos y profesionales que apenas llegan a fin de mes después de pagar cotizaciones sociales e impuestos estatales, autonómicos y locales. Y cuando facturan algo sin IVA es, la mayoría de las veces, en legítima defensa porque simplemente las cargas que les impone el Estado del bienestar les asfixian.

¿Y quiénes son los beneficiados por el Estado del bienestar? Sería motivo de un estudio serio pero, curiosamente, la crisis ha hecho que se recortaran gastos sociales especialmente en colectivos desfavorecidos pero que no votan ni hacen ruido, como los discapacitados. Por el contrario los sindicatos se han permitido subidas salariales del 7% anual en plena crisis, lo que clama al cielo.

Puede resultar duro lo que estoy diciendo, pero seguro que todos conocemos a un montón de mangantes que se dedican a vivir cómodamente a pesar de la que está cayendo, sin pensar en arrimar el hombro, y quejándose de los recortes de derechos sociales. Algunos que no dan un palo al agua se permiten, incluso, hablar de la necesidad de una revolución.

Junto al fraude fiscal podríamos hablar del fraude laboral (las cifras de absentismo, prejubilaciones y similares dan miedo) de fraude sindical (el número de liberados es un escándalo) de fraude político (enchufismo, cargos a dedo y camarillas de asesores inútiles) y de fraude a secas (EREs falsos, Gúrteles, Bonos, trajes, Chaves y demás basura que tenemos que pagar entre todos con nuestros impuestos). Seguro que si termináramos con estos fraudes podríamos tener unos impuestos justos que todos pagaríamos encantados.

Termino con la frase que le oí al maestro Luis Huete hace un par de semanas en Mérida: “sigue habiendo dos Españas y no son la derecha y la izquierda, ni el norte y el sur, sino la de los que curran y la de los que viven del cuento”.

sábado, 23 de abril de 2011

No hay peor ciego…


Hay una característica que se da tanto en la forma de encarar la crisis como en el resto de la vida, nadie ve la viga en el ojo propio. Así, los éxitos son debidos a nuestros propios méritos y los fracasos a circunstancias ajenas. En particular, la crisis es culpa del neocapitalismo, de los mercados financieros y del exterior. Aquí los excesos los han cometido los demás. Nadie ha comprado una casa pidiendo una hipoteca por el total de su importe más la cocina de lujo y el coche. Nadie ha pagado la entrada de un piso para “dar el pase” antes de escriturar, ganando el 100 o el 200% de lo invertido en unos meses. Ningún empleado con renta media se ha comprado un BMW o un Audi. Y nadie se ha ido de vacaciones al extranjero a crédito. Por supuesto a nadie se le ha pasado por la cabeza ampliar la hipoteca para dedicar el importe obtenido a gastos de consumo. Y solo los ricos han hecho cosas como comprarle un caballo al niño pagando, además del animalito, cuotas superiores a 500 € al mes por el picadero, clases y demás.

Es cierto que la crisis ha golpeado a todos, especialmente a los que han perdido su empleo, de una forma que no se esperaba (desde luego los gurús de la economía estaban a por uvas mientras se formaba la tormenta) En España ha sido especialmente sangrante la forma en que nuestro gobierno se empeñaba en negar la realidad tomándole en pelo a la ciudadanía. Pero también es cierto que había muchos que tenían su propia burbuja sin necesidad de que viniera nadie a fastidiarles.

No seré yo quien niegue que los capitostes del sector financiero e inmobiliario, aplaudidos y apoyados por el poder político, sean responsables del desbarajuste. Pero quien más quien menos ha tirado su piedra.

Para salir del agujero no basta con apelar a la solidaridad, sobre todo pidiendo que los demás arreglen la situación y se solidaricen con nosotros. Reservémosla para quienes no tienen medios para salir de su situación (discapacitados, enfermos, excluídos sociales y casos de pobreza extrema) El resto podemos ser solidarios, aunque solo sea poniendo todo el empeño en arreglar nuestra propia situación sin esperar a que lo hagan otros. Porque no es admisible que 8 de cada 10 parados dediquen menos de tres horas al día a buscar empleo, incluída la formación, y un 20% de ellos menos de una hora. El que no dedica más que un par de horas al día a buscarse las habichuelas no es un parado, aunque lo diga el INEM, es un caradura.

Lo dicho, para ponernos en marcha hay que salir de casa llorados y peinados, olvidarnos de lo que nos debe la sociedad y arrimar el hombro más que nunca. Trabajo, austeridad y formación son las recetas para que el barco salga a flote. Nadie dice que sea fácil, pero nada de lo que merece la pena se consigue sin esfuerzo.

viernes, 22 de abril de 2011

Duelo y crisis


A propósito de una entrevista en CNN a Alex Rovira recupero un post de facebook de febrero sobre las formas de encarar la crisis.

Los agentes económicos están reaccionando ante la pérdida de la época de las vacas gordas y el pinchazo de la burbuja como se reacciona ante la pérdida de un ser querido. Veamos las fases del duelo:

1. Desconcierto e incredulidad. Es la primera reacción ante la noticia: “Esto no me está pasando a mi”. Es la negación de la realidad, un alejamiento del hecho para intentar paliar los efectos del acontecimiento.

2. Tristeza profunda y agresividad. Se producen reacciones de ira y descontento, incluso ante quienes les rodean, angustiados por ser el protagonista de una desgracia.

3. Desesperación y depresión. Con apatía, tristeza y fragilidad, nos vamos haciendo a la idea de una pérdida irreversible. Es la silenciosa resignación.

4. Aceptación y paz. Va reapareciendo la necesidad de centrarse en las actividades cotidianas, de abrirse a las relaciones sociales. No obstante, nunca se vuelve al estado anterior a la pérdida.

Es posible que actualmente estemos pasando por la fase de depresión (hay mucha cara larga por ahí) y eso es puede ser una buena noticia, porque después llegará la aceptación, nos pondremos las pilas y levantaremos el país de una vez por todas.

También es verdad que todavía muchos, especialmente en el sector inmobiliario, andan en la primera o segunda fases y se niegan a aceptar la realidad. Hace poco más de un mes me comentaba un asesor financiero que, en un momento en que trataban de reestructurar la deuda de un promotor inmobiliario cliente suyo, éste le decía: “cuando gane Rajoy y vuelva a establecer la deducción por vivienda habitual remontaremos”. Como si la supresión de la deducción, que se había producido menos de dos meses antes, fuera la causa de sus problemas.

Pero hay muchos que la han aceptado y obran en consecuencia. Y éstos serán los que se lleven el gato al agua y harán que sus empresas o sus puestos de trabajo se encuentren posicionados cuando, entre todos, acabemos con el ciclo negativo.

domingo, 17 de abril de 2011

Los jóvenes quieren ser funcionarios (como sus padres).


Cuenta El Confidencial que los jóvenes no quieren ser empresarios. Vamos a ver, tampoco es que el ser empresario sea la panacea. Es una aspiración muy loable querer ser médico, periodista o policía. Cosa distinta es querer ser “funcionario”, así, en genérico. Y no tengo nada en contra de los funcionarios. Pero la aspiración de aprobar una oposición para encerrarse en un zulo de 8 a 3, mientras se van acumulando los trienios, es más propia de abuelos que de jóvenes.

Analizar las causas de este fenómeno da para una tesis doctoral. Ahora, a mí se me ocurre una bastante evidente: si los padres no son emprendedores es complicado que los hijos lo sean. Y a falta de modelos familiares en que reflejarse, es más probable que los jóvenes tomen como modelo a Cristiano Ronaldo que a Luis del Rivero o Juan Roig. En cuanto a la Universidad y el emprendimiento, tres cuartos de lo mismo: pretender que los claustros universitarios españoles inculquen el emprendimiento a sus alumnos es muy parecido a intentar que Al Capone fomente la ética en los negocios. Por no hablar de los políticos, que alardean de impulsar la iniciativa empresarial (qué sabrán de eso) mientras las administraciones públicas no pagan a las empresas los bienes y servicios que les prestan.

Mucho tendrán que cambiar las cosas para que los jóvenes despierten y dejen de exigir un trabajo “que les guste” mientras juegan a la Play tumbados en el sofá. No sé cuál es la solución, pero hace falta un cambio de mentalidad que probablemente deba empezar por advertir a las nuevas generaciones que los tiempos han cambiado, que la seguridad no existe y que la incertidumbre no es mala “per se” sino que, al contrario, es el mejor acicate para la superación personal.

Es importante remarcar que el empresario crea riqueza y empleo (no sería malo recordárselo a los sindicatos más a menudo) Pero a lo mejor hay que utilizar un estímulo que para los americanos es absolutamente natural (allí tienen mentalidad emprendedora eln 70% de los sus universitarios) mientras que aquí todavía parece que es motivo de vergüenza: decirles que ser empresario es la forma en que se puede ganar más dinero de forma honrada. Ese es un aliciente que entienden todos los jóvenes y que no supone ningúna deshonra..

martes, 12 de abril de 2011

Colegios profesionales ¿To be or not to be?


El anteproyecto de Ley de Servicios Profesionales está levantando ampollas. Se plantea suprimir la colegiación obligatoria, salvo para los profesionales jurídicos y sanitarios y, claro, colectivos como arquitectos o ingenieros ven peligrar sus profesiones y han puesto el grito en el cielo.

No lo tengo demasiado claro, pero lo cierto es que en todas partes cuecen habas. Por ejemplo en protección de datos, materia que precisa de conocimientos jurídicos y tecnológicos, tenemos que soportar la competencia de “profesionales” cuya cualificación es un cursillo de 20 días. Efectivamente, es poco gratificante que en determinadas actividades coexistan profesionales titulados y expertos con tuercebotas y chapuceros. Pero también hay ilustres ejemplos de tuercebotas colegiados, lo que demuestra que la colegiación no es, ni mucho menos, la panacea. Al final, el mercado pone en su sitio a unos y otros.

En cualquier caso la globalización y la liberalización son imparables, y me temo que ponerle puertas al campo ya no es solución para casi nada. Sobre todo cuando las barreras profesionales no han servido en muchos casos más que para crear administraciones paralelas en las que se refugiaban algunos de los ejemplares más inútiles de cada profesión y sus amigos.

En fin, cuando se pone en cuestión cada euro de gasto público, no veo porqué no se va a cuestionar el cobro coactivo de cuotas colegiales para mantener organismos semipúblicos (también es aplicable a las cámaras de comercio, oiga). Estamos en la época de la colaboración, y el asociacionismo es necesario para unir fuerzas y sobrevivir creciendo junto a otros. Pero para que dicho asociacionismo tenga sentido es necesario que cree sinergias y valor para sus miembros. De lo contrario no hacemos otra cosa que añadir al carro una quinta rueda, inútil y cara.

¡Bienvenidos sean los Colegios Profesionales y Cámaras de Comercio a la incierta pero apasionante aventura de cobrar a cambio de prestar servicios y añadir valor!

sábado, 9 de abril de 2011

Lo dice el alcalde ... y punto!


Un amigo comentaba en Facebook el disparate regulador de las autoridades, a propósito de la noticia publicada en La Vanguardia sobre el procedimiento de asignación de estatuas humanas en la Rambla de Barcelona, y protestaba contra los gobiernos que se creen con derecho a regularlo todo.

Estoy totalmente de acuerdo. El exceso de normas no hace sino empeorar las condiciones de vida de los obligados a cumplirlas. Eso lo sabían bien nuestros clásicos, siendo muy oportuna la frase de Montesquieu “las leyes inútiles debilitan a las necesarias”.

Mi percepción particular es que la ciudadanía no está preocupada excesivamente por el exceso de normas y las acepta con resignación, cuando no con un entusiasmo más propio de borregos que de personas libres. Resultaba reveladora una encuesta-trampa en televisión en que se pedía la opinión sobre la necesidad de una “ley sobre los metales metálicos”, que los entrevistados aprobaban alegremente.

Por eso quizá sea bueno examinar con detalle la noticia de la Rambla, para dejar patente que, no sólo es una prueba más del exceso regulatorio que atenta directamente contra la libertad individual, sino que es un derroche de recursos y un insulto a la inteligencia de los contribuyentes.

Efectivamente en la noticia se dicen cosas como las siguientes:

“William (uno de los dos dragones que se ubican a mitad del paseo de Barcelona) ha cumplido uno de los principales requisitos: tener documentación que acredite formación o experiencia profesional en arte dramático o artes escénicas.”

“El próximo miércoles está previsto que el Ayuntamiento de Barcelona realice el sorteo … Un proceso de regulación que comenzó el año pasado”.

O sea, un procedimiento que ha durado meses y en el que se han despilfarrado recursos públicos para seleccionar a los mimos de las Ramblas. ¿Os imagináis las reuniones y comités para estudiar el numero de estatuas y los puntos de localización?¿Habrán pedido informes jurídicos? ¿Y medioambientales? ¿Un tribunal de selección examinando los currículos de los aspirantes?¿Requerirán subsanación de la documentación si alguno ha olvidado presentar el DNI o el certificado de empadronamiento? Por no hablar de las medidas de control posteriores para evitar que se cuele alguna estatua no autorizada.

Yo me pregunto si durante el proceso ninguno de sus promotores o ejecutores se ha sentido ridículo. Pero, al margen del espectáculo protagonizado por un atajo de políticos y burócratas haciendo el gilipollas (lo siento, tenía que decirlo) lo peor es la cara de idiota que se nos pone a los contribuyentes al enterarnos de que nuestros impuestos sirven para financiar cosas como ésta.

Una vez más se pone de manifiesto el axioma de que “es más fácil hacer leyes que gobernar.”