domingo, 3 de noviembre de 2013

“Yes, we scan!” (Sí, escaneamos!)



Nadie duda ya de que las agencias de seguridad americanas practicaban el espionaje masivo e indiscriminado a ciudadanos y políticos de países enemigos y aliados. Todavía no está muy claro quiénes eran los espías, pues parece que la NSA operaba en comandita con los principales servicios secretos europeos. En cambio, si están bastante identificadas sus víctimas, que venían a ser todos aquellos cuyas conversaciones pudieran tener trascendencia, desde Merkel y los restantes líderes europeos, a cualquiera que pasara por allí.
Lo más curioso es la forma en que los gobiernos y, especialmente, los ciudadanos de los países occidentales, han acogido la noticia. Y así, nos encontramos con la tibieza tanto de la progresía de doble moral, que consiente a Obama lo que jamás le consentiría a un presidente como Bush o Nixon (crucificado por muchísimo menos) como la opinión pública de derechas, que tolera que USA, como gendarme de Occidente, pisotee impunemente los derechos y libertades que se pretenden salvaguardar, en un intento de cuadratura del círculo o, directamente, en un ejercicio de estupidez.
Tal vez no deberíamos olvidar que, la intrusión en sistemas informáticos y la violación del secreto de las comunicaciones, constituyen graves delitos en nuestro ordenamiento jurídico y en los del resto de los países civilizados, incluyendo Europa y, por supuesto, USA.  Y no es por casualidad, sino porque suponen una violación del derecho fundamental al honor, intimidad personal y familiar y propia imagen, que exige que esas conductas se hagan de acuerdo a la ley y con control de los poderes legítimos, incluido el judicial.
Cierto que el valor de la intimidad ha caído en desuso por una sociedad aborregada a la que le encanta exhibir sus miserias en público, mientras es capaz de darlo todo por la pasta. Pero no deberíamos olvidar que cuando uno se entromete, impune e indiscriminadamente, en los secretos de los demás, no suele reducir su interés a los que afectan a intenciones delictivas, sino también a otros, como los económicos o los de alcoba.
Por eso, no debemos confiar en que la NSA utilice como parámetros de búsqueda exclusivamente “Al Qaeda”, “bomba” o “atentado”, como piensan algunos ingenuos. Es posible que, dado el derroche de medios disponibles, también se introduzcan otros como, por ejemplo, “contrato para el metro de Riad”, “plan estratégico de Telefónica” o “nuevo modelo Toyota”, que pueden proporcionar datos mucho más beneficiosos para los políticos y la economía estadounidenses.
Por ello resulta de una frivolidad intolerable la frase de nuestro ministro de interior diciendo que “los servicios secretos están para espiar pero deben hacerlo en secreto”, dando carta de naturaleza a la delincuencia estatal aunque condicionada, eso sí, a que se haga por delincuentes eficaces. A mí me parece que los servicios secretos están para espiar lo que deben espiar, es decir las amenazas contra la seguridad y los derechos de los ciudadanos, dentro de la legalidad y sin que les pillen.
Por eso, aconsejaría al ministro, y a todos aquellos que desde una y otra ideología justifican o toleran el espionaje masivo y sin control, que releyeran la constitución española, que proclama efectivamente el principio de eficacia de los poderes públicos pero, por encima de ese, el principio de legalidad de la actuación administrativa. Y que tengan en cuenta que, cuando se pone de manifiesto la chapuza de unos servicios secretos que vulneran la legalidad y, además, lo hacen mal, lo que procede es despedir a los incompetentes y juzgar a los delincuentes.

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